A los 6 millones de desconocidos



Buscan comunicar, buscan caras cómplices, buscan que los observen mas allá de las molestias que ellos mismos causan en un pequeño golpe, una demora de segundos en entrar o salir del vagón.

Con los ojos cansados, en las últimas estaciones de metro, cerré el libro y los ojos. Permanecí así un tiempo, la duración fue algo que no pude percibir. Abrí los ojos, frente a mi, un hombre se encontraba sentado, dormía, y su cabeza daba vueltas con los movimientos del tren, sus manos estaban fuertemente apretadas, lo sujetaban al mundo, a su asiento, a si mismo. Esas manos eran un hilo muy delgado, pero fuerte, el pedacito consciente de su sueño.


Salgo del vagón, atrás mío, un ciego (¡Y yo que me perdía en el metro al llegar a esta ciudad! ¡Hasta llegue a pensar que era algo más o menos complejo!). No lo ayude, nadie lo ayudó, tampoco me sentí mal. Salí pensando en él, pero no era, en ningún caso, remordimiento. Salí, como todos los hombres y mujeres de esta capital, solo interesada en llegar, aunque el destino no sea realmente importante o agradable. Nada merece nunca detenerte.

Deje al ciego atrás con una egoísta, pero orgullosa caminata capitalina, algo así como un meneito despreocupado y coquetón. Entre en una panadería a buscar algo para la once. No dejaba de pensar en él ¿Cómo es que iba a salir?. Inmediatamente dude de su ceguera, me pareció tan suicida para un ciego usar un metro a la hora de mayor afluencia. La posibilidad de que fuera verdad era muy poca, de ser ciego, era ciego y loco. Decidí que era verdad, era ciego ¿Si le preguntara a alguien como salir, esta persona contestaría simplemente o lo ayudaría? Otro extraño y sucio pensamiento rondo mi cabeza: Era un atractivo joven el hombre que lo ayudaría, y me encontraría con él si regresaba a ayudarlo. Entonces, nos conoceríamos, nos uniría alguien que no ve pero que hizo que nos viéramos. ¡PUF! Rechace este pensamiento con la asquerosa idea de una teleserie o una mala novelita rosa. Sin embargo, me quedó rondando la idea de que Santiago es brutalmente sexual, y de una sexualidad muy silenciosa.

Salí a la superficie de mi mente, y me encontraba en la superficie real, el aire fresco me voló la idea del pedazo de torta y lo cambio por galletas. Al entrar a la panadería, una señora pregunta reiteradas veces a una dependiente :


"¿señorita?, señorita! ¿que precio tienen estas galletas?" - ninguna de ellas contestó. 

"¿señora? $850"- le dije. 

Inmediatamente se acercó a mi, con pasasos rapiditos y me golpeó a preguntas: 

"¿Son ricas? ¿Tú las has comido antes? ¿Son muy pocas o no? ¿Cómo quedarán acompañadas de un vaso de leche? ¿leche o te? no son muy caras ¿verdad?” 

Al principio me pareció rara su reacción. Debo admitir, sin mucho orgullo, que me causo un poco de miedo o desconfianza. Luego pensé que era ya muy tarde, que el día se había acabado y que seguramente nadie le había correspondido la palabra en muchas horas, llegaría a su casa, sola, a comerse sus galletas frente al computador o televisor; entonces conteste a sus preguntas por puro morbo: 

“No sé si son ricas porque no las he probado antes, a mi gustarían con leche, de todas maneras estas son para mi hermano que esta enfermo”, “llévelas” le sugerí con especial énfasis , “en su casa se lo van a agradecer la once va a estar mas rica…”

Me miró y sonrió, dijo con picardía:“Voy a quedar como reina” 

Su imagen imaginada por mi cambio repentinamente. Se llenó de gente la casa donde vivía, ví a un viejito diciéndole: “oye que ricas tus galletas”. Las risitas, ví hasta flores en la mesa, todo muy agradable y acogedor. A pesar de esta linda imagen, no quería estar cerca de ella, seguía sola, ella y yo, cansadas, patéticas, comprando galletas, en una fila, tediosa, con una cajera que no era persona, era precisamente una caja. Los detalles de la conversación que sostuvimos no son relevantes, solo vale la pena decir que al salir de la panadería su voz seguía dirigiéndose hacia mi, no me dejaba, me despedí con sonrisas nerviosas.

Abro la puerta, entra viento y un poco de frío, cara a cara me encuentro con el ciego, tanteando, buscando la entrada a la panadería ¿¡Cómo es que llego hasta acá!?, me miro estoy segura, aunque él no lo sepa. Le deje la puerta abierta esta vez, para ayudarlo a salir.Yo salí, camine, con vergüenza de buena samaritana.

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