Me doy la libertad de tomármelo a mal.


Poco importa la temperatura del lugar, la literatura diría que debía de ser un lugar frío, ella ni lo noto. Cuando se dio cuenta de que al abrir los ojos veía el mismo negro que se encontraba dentro de sus ojos cerrados se percato de que algo andaba mal, según recordaba no estaba ciega. Torpe y débilmente levanto la mano izquierda e intento tocar los limites del espacio en el que se encontraba, era un lugar tan pequeño que parecía imposible cambiar de posición, no quiso especular de buenas a primeras. Repentinamente sintió un miedo que le impedía sentir cualquier característica física, un miedo que se calo tan dentro de ella que, aunque hubiese querido gritar no podía, lo intento, pero no supo si era esta sensación tan extraña o lo débil que se encontraba su cuerpo lo que se lo impedía.

Empezó a imaginar el lugar: Numerosas cajas metálicas, frías, apiladas. El olor a putrefacción y a muerte era penetrante, importaba poco ya que ella era la única persona viva capaz sentir el hedor de aquella habitación. Pensó largas horas, quizás un día o un poco mas, imaginaba sin miedo los cuerpos muertos a su alrededor, imaginaba sus rostros, sus expresiones. ¿Quiénes serian? ¿Qué montañas mágicas habrían atravesado? ¿Cómo habrían muerto? ¿Cómo habría muerto ella? Esta última pregunta la perturbo machismo mas: “¡oh por dios! no recuerdo como he nacido ni como he muerto, ¡quiero saber como he muerto!” rompió a llorar, intento gritar, le pego a las paredes, hablaba, incluso cantaba, luego volvía a gritar de manera desesperada, pero nada resultaba. Cansada, no quedo nada más que su imaginación, sus gritos se confundían con sus pensamientos. Había ratos en que dormía y soñaba que estaba en otro lugar, cada despertar era aun más triste. Fue entonces cuando asumió que tendría una muerte muy solitaria y oscura. Decidió esperar tranquilamente al momento en que solo ella se percatase del fin de su existencia. Resignada cerro los ojos y aunque no viese nada pensó: “no veré nunca nada mas”. Se reía de la inutilidad de su esperanza de sobrevivencia, nunca nadie la escucharía, nunca nadie la salvaría: “nunca nadie salva a los muertos” llego a soltar una carcajada. Fue allí cuando un profundo sueño la invadió, esperaba que ese dormir fuese el ultimo, ilusionada, quería morir.

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