Empezó a imaginar el lugar: Numerosas cajas metálicas, frías, apiladas. El olor a putrefacción y a muerte era penetrante, importaba poco ya que ella era la única persona viva capaz sentir el hedor de aquella habitación. Pensó largas horas, quizás un día o un poco mas, imaginaba sin miedo los cuerpos muertos a su alrededor, imaginaba sus rostros, sus expresiones. ¿Quiénes serian? ¿Qué montañas mágicas habrían atravesado? ¿Cómo habrían muerto? ¿Cómo habría muerto ella? Esta última pregunta la perturbo machismo mas: “¡oh por dios! no recuerdo como he nacido ni como he muerto, ¡quiero saber como he muerto!” rompió a llorar, intento gritar, le pego a las paredes, hablaba, incluso cantaba, luego volvía a gritar de manera desesperada, pero nada resultaba. Cansada, no quedo nada más que su imaginación, sus gritos se confundían con sus pensamientos. Había ratos en que dormía y soñaba que estaba en otro lugar, cada despertar era aun más triste. Fue entonces cuando asumió que tendría una muerte muy solitaria y oscura. Decidió esperar tranquilamente al momento en que solo ella se percatase del fin de su existencia. Resignada cerro los ojos y aunque no viese nada pensó: “no veré nunca nada mas”. Se reía de la inutilidad de su esperanza de sobrevivencia, nunca nadie la escucharía, nunca nadie la salvaría: “nunca nadie salva a los muertos” llego a soltar una carcajada. Fue allí cuando un profundo sueño la invadió, esperaba que ese dormir fuese el ultimo, ilusionada, quería morir.
Me doy la libertad de tomármelo a mal.
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