Anisoptera




Tenía un cigarrillo que le impedía escribir rápido, se consolaba, y entristecía en que se acabaría. Su cigarrillo era tan suicida como el hombre del que estaba enamorada. Lo dejó apoyado, consumiéndose solo, se dio cuenta de que su adicción se reducía al simple gesto de dejar el cigarro apoyado en el cenicero, pronto empezó a apretar más fuertes las teclas. Inhalo fuerte, y decidida lo apagó.

Punto aparte y comienza la historia.

No se puede fijar el comienzo de una vida, no se pueden capturar todos los mementos, temperaturas y sabores. Pero sí, pero sí podemos hablar hoy de mi vida, de mis momentos,que como en la literatura los identificó con otras vidas, y para quién lea éstas páginas será otra vida, pero en al fin la mía, la de todos, la nuestra. No es difícil imaginar que las circunstancias de otros son en un porcentaje amplio, la misma que la propia.


Nació hace algunas décadas ya, y como toda mujer joven, o como la mayoría, no parece haber nada más importante que la sensación de amor, desamor, tristeza y alegría. Su vida, como tantas otras se basaba en los contrarios, en una supuesta oposición natural, circular, eternamente guiada a la disconformidad. Pero lo cierto es que ella notaba y sabía que, como todo lo que se precia nace de la tristeza, ella nació de ella, y no renegó de ella. Nació de ese primer recuerdo desolador, de esa sensación de vacío, nació como nacemos todos, del dolor.


No quería admitir que era su época la que la reinaba, se fascinaba con literatura de tiempos pasados, era en el fondo, en el fondo de su alma, como todas. Era sin duda una mujercita avasalladora y posesiva, estas características no eran en ningún caso un rasgo negativo de su personalidad, todo lo contrario, lo fuerte que era, junto a una ternura imposible de ignorar era el deleite de los jovencitos, que atemorizados se acercaban a ella previamente enamorados, sabiendo nunca poder capturarla, pero cautivados sin poder detener esa fuerza suicida que ella impregnaba.


Su amor, su único amor, la llamó “Libélula”, se fascinaba de verla volar, de verla destellar, verla dormir, verla hablar, verla bailar, verla pintar, verla gozar. Pero una vez que la capturó, se le volvió tan frágil, tan indefensa, con alas tan largas que la dejó volar, incómodo de ver la fragilidad entre sus manos.


Ella nunca dejó de rondarle, nunca dejó de volar por fuera de su casa, lento. A ver si se aparecía por una ventana, con otra, con otro, no importaba. Su amor, era sin duda algo más que una fidelidad, que un engaño, que una relación, era simplemente puro. Casi como una amistad a la distancia, un vocabulario común, sin palabras demasiados definidas, era simplemente conmovedor. Estaban juntos sin estarlo, imaginaban sus vidas simplemente distanciadas, simplemente entrecruzadas.


Con el paso de los años Libélula se transformaba cada vez más en el nombre que le había dado su apodo, creía que entre más se asemejase a su apodo menos él la olvidaría, menos le sería extraño, más fácil sería reconocerla después. Deseaba con todo su cuerpo amarla hasta la eternidad.


La mujer, joven y bella aún, abrió una puerta pesada, metálica, escuchó un chirrido agudo como una espada contra otra, en esta lucha atravesó el umbral. La luz le golpeó fuerte en la cara. Caminó lentamente hacia delante, miraba sus pies ligeros, que sabía, no se detendrían, un abismo. En el borde del edificio levantó la cabeza, volvió a mirar sus pies. Sabía que bastaba con inclinarse en una pequeña fuerza hacia delante para caer, jugó con distintas y pequeñas intensidades. Jugaba, en el fondo a saber que no le daba miedo. Volvió a cargarse hacia delante, cada vez un poco más fuerte, cada vez un poco más inclinados los pies. Imaginó que alguien le gritaba que se detuviera, nadie lo hizo, pero sintió con ese grito imaginario que volaba.


Como todo lo que se precia nace de la tristeza, ella era la libélula del hombre que amaba, solo que esta vez era cierto, esta vez tenía bien puesto su nombre. Luego de su muerte, su amor, era sin duda algo más que una fidelidad, que un engaño, que una relación, era simplemente puro. Casi como una amistad a la distancia, un vocabulario común, sin palabras demasiados definidas, era simplemente conmovedor. Estaban juntos sin estarlo, imaginaban sus vidas simplemente distanciadas, simplemente entrecruzadas. No se puede fijar el comienzo de una vida.





No hay comentarios: